martes, 12 de mayo de 2009

E

Nunca antes nadie le había dicho lo bella que era. Podías quedarte en silencio mirándola durante horas, sin necesidad de pronunciar ni una sola palabra por miedo a estropear el más mínimo detalle de su imagen. Costaba decir algo cuando ella estaba en frente, igual que al mirar una puesta de sol. Ella era incapaz de darse cuenta, y deseaba que alguien bautizara con un adjetivo a su belleza, que le pusieran nombre, y que le dijeran dónde estaba, porque ella no conseguía adivinarlo. Pero eso era como pedirle hielo al sol. Todo el mundo sabía que no existía aún una palabra suficientemente cercana, suficientemente justa, o suficientemente suficiente. Era difícil vestirla con una mirada cuando ella se acercaba desnuda a tan solo unos centímetros, porque ¿quién querría tapar algo tan bello?
Y ella pensaba que la falta de palabras o la insuficiencia en mi mirada eran provocadas por defectos que ella se había autoconvencido que tenía. No existen medidas que puedan acotar el universo porque es demasiado grande, e incluso la palabra felicidad tiene un límite a partir del cual sólo quien la posee sabe cuanto es de intensa. Del mismo modo no había manera posible de decirle lo bella que era, y por ese motivo, aún nadie había sido capaz de decírselo.

martes, 5 de mayo de 2009

Entrecot al café de París

"Entrecot al café de París", siempre que estaba en la carta ella lo pedía. Seguramente había comido tantos en su vida que ya no se fijara en el sabor, pero era una mujer de tradiciones, y le encantaba mirarme en cuanto localizaba ese plato en la carta de los restaurantes, con sus 2 ojos dándome las gracias por hacerle feliz. Desde el principio las discusiones sólo aparecían una vez al año, los peores años, porque en verdad, nunca hubo nada que discutir. Y rara era la vez que cualquier charla se acercara a una discusión, quizás por una película mal escogida o un absurdo exceso de cansancio laboral. Habíamos cenado incontables veces en compañía de amigos con sus canciones sobre infidelidades, celos, actos de rabia, orgullos y desilusiones. Pero con ella todo era diferente. En cuanto me enamoré y empecé a sentir mis primeros miedos, ella los ató todos con una sola cuerda, y los lanzó tan lejos como pudo. Quedándose con mi amor de manera incondicional, y sin miedo alguno que pudiera enturbiarlo. Y eso nunca cambió.
Sin miedos, no había timidez, y el ridículo sólo existía en las mentes de quienes pudieran observarnos al vernos juntos, o al cruzarse con nosotros en medio de un paseo de domingo de otoño. Ella siempre reía, con cada una de las cosas que le decía, y su risa era tan agradable que yo era incapaz de permitir que acabara. Y cada día había risa, una celestial risa, que completaba su belleza para hacerla perfecta. Nunca fui adicto a nada más que a ella y a su risa.

Y rió cuando le sirvieron su Entrecot al Café de París, porque dejé libre en el aire uno de mis comentarios para burlarme elegantemente de la nariz del camarero, cuando éste ya había marchado. Enseguida empezó a despedazarlo, a oler su aroma y así poder calsificarlo en su interminable lista de restaurantes con Entrecot al Café de París. Cerró los ojos 2 segundos, o 3, tanto da, llenó sus pulmones con el humo aromático del plato recién servido y empezó a comer a la vez que yo llenaba su vaso con vino blanco. Seguimos hablando a la vez que saboreábamos nuestros platos, y quise hacerle reír de nuevo cuando el camarero de la comentable napia pasó cerca de nuestra mesa. Y eso hice. Ella rió mucho más, empujada por la sorpresa del comentario gracioso, a la vez que engullía un trozo más grande lo normal de su plato favorito. Un acto reflejo de algún músculo de su garganta lo introdujo en su tráquea. Y de ahí no volvió a salir jamás, como tampoco lo hizo el aire que quedó atrapado en sus pulmones, antes de llenarse de sangre por el desgarro de mis dedos al intentar librarle del trozo de carne.

Ya no hubo más risa y nunca más la ha habido. Me gusta creer que murió riendo, y que ella quería morir así, comiendo su amado Entrecot al Café de París, y llevándose a otro lugar la última de mis bromas. No volví a decir nada gracioso y prohibía la risa en mi presencia. Viví bajo el tormento de haber sobrepasado el límite de la felicidad y que las consecuencias las hubiera pagado ella.

Años más tarde volví a aquel restaurante, como prometí que alguna vez haría. Pedí Entrecot al Café de París. Me fue servido del mismo modo que años atrás se lo sirvieron a ella. Cerré los ojos 2 segundos, o quizás 3, tanto da, para llenar mis pulmones con el humo aromático del plato recién servido. Al abrirlos ahí delante estaba ella, mirándome con su añorada y bella sonrisa. No dijo nada, miró mi plato con una expresión facial que me permitía empezar a comer. Sabía a ella, ése era su sabor. Y su sonrisa nunca se iba, hasta que pasó un camarero con una nariz peculiar cerca de la mesa. Ella se acercó a mi oído dejando escapar un gracioso comentario sobre su apéndice nasal. Y por fin, pudimos seguir con nuestra felicidad interrumpida, eternamente.

Am- y sus 2 curiosas terminaciones: -igos, -or

Te vuelves loco, tambalea cada uno de los pilares sobre los que has construído tu vida, familia, trabajo, amigos,... De repente te quedas a ciegas, sin bastón para intuir los obstáculos y sin perro guía. Te vuelves esquizofrénico obsesivo. Las palabras positivas, un "hola", un "qué tal?", te sientan como puñaladas en la espalda. Crees que todo se ha vuelto en tu contra, que la ceguera es premeditada, mal intencionada. La confianza que tanto te unía a tus amigos se convierte en una semilla de confusión, de malos pensamientos, "todos quieren jugártela", dice el eco de tu cabeza.

Añádele a eso vivir solo, con casi nadie a quien poder explicar tus ralladas mentales, y remátalo con una personalidad de acero que guarda con recelo un débil y blando corazón. "Hay un agujero en la coraza!" gritan desde dentro. Estás expuesto a la fragilidad, y los tapones improvisados de corcho no podrán protegerte. Pero te has enamorado de la persona equivocada, y tienes miedo porque sabes que de manera absurda le has dado tu débil corazón, y que no va a hacer nada bueno con él.

Durante el proceso de ceguera, crees que tus amigos son demonios, que te dan consejos para minar tu aguante y lanzarte al vacío. Si no llega el golpe fulminante pronto, cada vez será peor. Que te rematen, que te asfixien, que claven una daga en tu debilidad y la hagan sangrar!
Poco después, te despiertas tras 25 días de insomnio. Tu cuerpo ha dicho basta, y te ha concedido un sueño. Primera sensación positiva en mucho tiempo. Y tras quitarte las legañas ves a un cúmulo de gente fundiendo el acero para tapar tu agujero. Y ahí están ellos, tus amigos. El ardor del acero fundido lo confundiste con el de un puñal intencionadamente clavado. Y qué equivocado estabas, y qué mal te sientes cuando te das cuenta de las veces que vas a tener que pedirles perdón.

Una vez pasada la tormenta, te sientas al sol, que funde la cera causante de tu anterior ceguera. Miras la cicatriz en tu costado, bien cosida, bien cerrada. Lees en ella una lección que era evitable y no supiste controlar. Y te dices a ti mismo que no volverá a ocurrir jamás. Que el mundo es para los blandos de corazón, para los que arriesgan y aman, y que la auténtica debilidad la tienen quienes no aman nada. No puede ser que la tristeza se contagie tanto, que los miedos apaguen el sol de las buenas personas, y que el amor te lleve tan cerca del odio. Y no voy a permitir que eso siga ocurriendo, porque yo, soy de los buenos.

Borracho

Aquel día me emborraché tras haberme bebido de un trago esa botella dorada en la que ella guardaba toda su belleza. Rápidamente mi sangre se tiñó de su color. Y mi mente empezó a tropezarse, al intentar pensar sin claridad sobre cualquier otra imagen. Dejé de comer, de hablar, de prestar atención a todo lo que acontecía. No pude escuchar a nadie, me mantenía estático oyendo ruidos de las palabras de los demás. Fui quedándome solo. Estaba tan borracho de ella que nada más me importaba. Y cada mañana al despertar de un sueño que nunca llegaba a ser profundo, volvía a beber de un solo trago otra botella dorada. Durante muchos meses ese fue mi único alimento.
Me quedé solo. Nadie quería hablarme, y yo no quería que nadie me hablara. Yo no escuchaba a nadie, y nadie quería escucharme. Así que ni yo necesite a nadie, ni nadie me necesitó a mí. Tampoco necesitaba beber sus botellas doradas, pero las bebía. Quizás carecía de sentido, pero yo no quería que nada tuviera sentido, y mucho menos mi propia vida.

Aquel mágico día

Un día fui capaz de sentirme dios, de plantar árboles con frutos de los que sólo comían los tristes para encontrar la felicidad. Veía el cielo azul a través de las nubes, y la lluvia, cuando aparecía, pedía permiso antes de mojar a los caminantes, quienes sólo la aceptaban si necesitaban refrescarse. Un día pude hablar de cómo escoger bien cada camino, sin temor a equivocarse.Y ese día todos los caminos llevaban a bonitos lugares, fuese quien fuese quien los anduviera. Sé que aquel día tú dormiste sin ansiedad, que tuviste un bello sueño y que despertaste con la sensación de que había ocurrido en realidad. Un día fui capaz de librarte de toda preocupación y pensaste que no había posibilidad de la existencia del Edén, porque lo que estabas viviendo era lo más bonito que jamás podría existir. Ojalá aquel día fuera todos los días.

miércoles, 29 de abril de 2009

La muerte del amor

Por amor se expande el desierto invadiendo ciudades verdes con tormentas de arena que allanan el relieve moldeado por muchas almas con sudor y esfuerzo. Lo que era verde y frondoso, se vuelve marrón y árido. El amor exprime cada una de las partículas de agua que ablandan un sentimiento, y deja al descubierto un esqueleto fosilizado de lo que fue, pero que ya no es. El amor atraca a los buenos, y reparte sus virtudes entre los delincuentes. Sólo es admirado por nómadas que riegan campos estériles con sus frutos, que creen en su eternidad porque nunca han creído en nada sedentario, y se atontan durante un tiempo sin prepararse de que la sequía volverá.
He visto a personas lisiadas por amor, que cedieron sus brazos para acarrear con otras personas, hasta que engordaron lo suficiente por no haberse cuidado, arrancando sus extremidades superiores para poder librarse y así marchar a otros brazos más inocentes, o más lejanos.
¿Quién habla bien del amor? Poetas que nunca lo han tenido y sólo lo han imaginado, jóvenes de mente antes de haberlo perdido por tercera vez, y ciegos que cayeron en sus redes y sobre los que aún no ha caído la cólera de su cola. Y son pocos, y su felicidad es efímera.
Los que hablan del amor sólo lo hacen para hablar del sufrimiento que llevan en sus cicatrices. Despotrican de él y lo ahuyentan cuando se acerca. El amor les demuestra que no son fuertes, que pueden pasar el resto de sus días cayendo en un precipicio sin fondo.
Los que llevan años prisioneros del amor reconocen que tienen miedo a la soledad. Con el tiempo ya no hablan de lo bella que es su pareja, sino de lo inútiles que se sentirían sin ella. Hay que matar al amor, utilizarlo sólo por y para los hijos y padres. Pero nunca nadie estará convencido eternamente de que realmente ama a la persona que tiene al lado. Algún día empezarán a mentir y a llevar una doble vida. A herir a otra persona mientras duerme. Y se mirarán al espejo sintiéndose desgraciados porque años atrás creyeron que el amor mantendría su felicidad fresca y verde, como los campos verdes que vestían los valles en paz, antes de que apareciera el amor.

lunes, 27 de abril de 2009

Por tu culpa

Te acabas de cargar mi modelo de vida feliz. En 1 noche, después de menos de 10 citas a lo largo de 4 meses. Mi vida era perfecta, cada mañana me despertaba pensando que cualquier cosa podía ocurrir. Una vida sin otra preocupación más que yo mismo. Cada día iba al trabajo, comía con algún amigo hablando de cualquier tontería cotidiana, una cerveza por la tarde discutiendo sobre a qué chica enviar un mensaje, y llegar medio borracho a casa para cenar solo, estirarme en la cama con una película recién alquilada. Y todo sin sentirme solo. Mi mente pensaba en pequeñas cosas, sin gran importancia, y yo me dedicaba a unirlas y a mantener un estado de felicidad y optimismo constante al margen de cualquier emoción, amor, compromiso y preocupación. Tú has acabado con eso, con esa vida feliz que amaba llevar, en la que ocurrieron las cosas más importantes para mí. Y ahora, por tu culpa, se alejan con el paso del tiempo al trasformarse en recuerdos cada vez más lejanos.

Porque fue culpa tuya aparecer en mi vida, hipnotizarme con tu belleza y convencerme a asumir el riesgo de poder perderme en un absurdo sentimiento, que había marchado hace años y al que no esperaba volver a ver aún. Fue culpa tuya que empezara a preocuparme por alguien diferente a mí, que quisiera utilizar mis fuerzas para llamar tu atención en lugar de usarlas en una efectiva frase de flirteo en una discoteca. También es culpa tuya que en el trabajo me cueste concentrarme, que ahora coma con un amigo al mediodía y que sólo pueda hablar de ti, y que las cervezas de la tarde se conviertan en demasiado largas por tener ganas de volver a casa y hablarte durante 5 minutos los días malos, y durante 5 horas los días buenos. Tienes la culpa de que escriba cosas que no quería escribir, que incluso mis palabras exageradas me suenen a poco, que escriba 15 canciones al día y que aún ho haya escrito la mejor por un exceso de exigencia, fruto del mérito que quiero que tenga, para que de esta manera, nadie, y aunque muchos lo intenten, consiga componerte algo tan bonito como lo que te escribiré yo jamás.

Y yo, que vivía en un mundo donde nada se ganaba ni nada se perdía, ahora estoy asustado. Cometo errores para protegerme, en busca de la coraza que antes me protegía, y que en un suave soplido enviaste más allá del cielo. No deseo mi vida de antes, aprendo a marchas forzadas el cómo dejar de equivocarme, cómo aprender a afrontar ese miedo, y así llevarte durante varias vidas guiada por un sentimiento que nunca antes habías sentido. Dejándote dormida cada noche con suaves caricias en tu espalda... y todo, por tu culpa.

Buenas noches, chica feliz.

lunes, 16 de febrero de 2009

Quizás

Quizás nos habíamos cruzado ya incontables veces. Quizás cada día nos rozábamos en el mismo bus, inmersos en una niebla de personas silenciosas, sin sabernos. Incluso quizás te abrí la puerta de una farmacia, de un bar, de una portería, mientras hablaba por el móvil, y no nos prestamos atención. Es probable que esa ráfaga de perfume que alguna vez me envolvía al caminar por la calle, tuviera su origen en ti. Quizás oí tu nombre dicho por otra persona sin saber que eras tú a quien se refería. Quizás usaste el claxon para avisarme en un semáforo que se había puesto en verde. Quizás nos sonreímos de niños en algún parque, para escondernos luego entre las piernas de nuestros padres, invadidos por la vergüenza. Quizás sea todo un error ahora, y quizás lo hubiera sido antes. O quizás, todo esto sea lo más bonito que nos podría haber ocurrido.

Soledad

Le dije todo lo que ella me hacía sentir, primero balbuceando, pero a los pocos minutos mi voz ganó en seguridad. No se me escapó nada. No fue difícil, pues me limité a traducir en palabras cada una de las sensaciones que ella me provocaba. Ella sonrió tímidamente, y sin hablar me contestó que le había encantado. Ese fue el mejor momento que nunca vivimos.
Al día siguiente me pidió que volviera a decirle lo que sentía por ella. Intenté buscar en mis recuerdos cada una de las cosas que le había dicho el día antes. Y, aunque lo recordaba a la perfección, se perdió en alguna parte de mi mente una porción de la pasión inicial. De todos modos, aún era capaz de hacerle sonreir.
Fue de esta manera durante las siguientes semanas. No tardé en repetir mis palabras, mis expresiones, y las bromas que tanto me gustaba insertar para emfatizar su sonrisa. Perdimos con ello la pasión y los buenos momentos. Convertimos en obligación el hecho de querernos, de hablarnos. Toda la magia se marchó a otro lugar o simplemente despareció.
Pero ella no tenía a nadie más que a mí. Y yo no tenía a nadie más que a ella. Y seguimos hasta el fin de nuestros días haciendo ver que nos queríamos, e inventándonos historias irreales sobre sentimientos olvidados que ya no existían. Y todo, para no afrontar el miedo de quedarnos solos.

Pretensiones

No pretendas que deje de decirte cosas bonitas, porque no lo haré. Ni dejaré de desear verte, eso tampoco lo haré. No voy a ir de tipo duro, ni voy a dejar de contestar tus mensajes. Tampoco los contestaré 4 horas más tarde para jugar con tu paciencia, contigo no jugaré. No voy a esperar a que tú me digas algo para yo decirte lo que quiero decirte. No voy a guardar mis sentimientos en un cofre de acero para que tú no los puedas ver. No voy a callar ni una sola palabra de las que quiero que oigas. Ni voy a tapar mis oídos a ninguna palabra tuya. No voy a negarte que cada segundo que pasa deseo saber algo que venga de ti. Ni voy a esconderte que invades mi cabeza constantemente, hasta el punto que me siento como un gilipollas cuando hablo con los demás. No me da la gana hacerlo. No voy a esconder un as en la manga, si puedo los echaré todos a la vez. Y si me quedo sin cosas que decirte para impresionarte, si tú dejas de contestarme cuando te hablo, si te escondes cada vez que me ves, o si te dejas llevar por el miedo, espero que sea sólo porque existe alguien capaz de hacerte más feliz que yo. Y no voy a dejar de creer que ese alguien no existe. No, no lo haré.

Levántate

Levántate de una vez. Llevas tanto tiempo sentado que has olvidado cómo mantener tu orgullo erguido. Deja de limpiarte con el agua de tus propios llantos. Levántate, te he dicho. El suelo debe ser lo último que veas en tu vida, y tú no paras de fijar tus ojos en él. Llevas años lamentándote por la última caída, y no has sido capaz de dejar de hablar de la piedra que te hizo caer. Tus heridas han cicatrizado, y las redibujas en tu piel día tras día para no olvidarlas. ¿A quién quieres engañar? Ya no te duelen, todo está en tu desquiciado cerebro. El dolor, la soledad, el cambio,… ¿Dónde perdiste los recuerdos bonitos? Vuelve a ese lugar y recupéralos, pero no llegarás a ninguna parte si pretendes que sea la Tierra quien te mueva, porque también los moverá a ellos. Has perdido tu crédito, ya nadie cree en tus lamentos, pues sorprenden tan poco como el paso del tiempo. Después de este segundo, vendrá otro, menuda sorpresa!
Empiezo a creer que eres feliz con tu propia tristeza. Te han dejado, aún me pregunto cómo conseguiste que se atreviera a amarte. Y ahí sentado. Contando las personas que bajan del tren, no te atreves a subirte a ninguno. Esperas que todo el mundo cambie, que te hagan sonreir, pero es tan contagiosa tu infelicidad que consigues hacer llorar a cualquiera. Jódete, jódete vivo si quieres. Aún estás a tiempo de levantarte, pero eso es decisión tuya.

Mañana también

Hoy me despertaré a tu lado, te daré los buenos días, y mañana también. Luego besaré tu frente, tu barriga y tu mejilla, y mañana también. Hojearé el periódico mientras espero a que salgas del baño con tu aroma a recién salida de la ducha, cerraré los ojos para no perder ni una volátil molécula de ese olor, y la memorizaré para el resto del día. Iré al trabajo echándote de menos, deseando que el tiempo pase rápido, para volver a oir tu voz y a besar tu fría mejilla. Y mientras pasa el tiempo, recordaré segundo a segundo tu imagen. Por la noche llegaré a casa, con una flor en la mano, y acariciaré tu cuello mientras te mezclo con un abrazo. Esta noche te regalaré mi alma, mis manos y mi voz.
Hoy me dormiré a tu lado, te daré las buenas noches, porque hoy te querré más que nunca... y mañana también.

Mi mente

Mi mente es el lugar más bonito en el que tú podrás vivir. Puedo imaginarte rodeada de vivos colores, sonriéndome de una manera infinita, y diciéndome con palabras de silencio todo lo que quieres que añada a tu alrededor. Puedo hacer que estés en ella iluminada por una inmensa luna llena, o por un radiante sol en el horizonte. Puedo hacer que estés más bella que lo que la realidad nunca te ha permitido estar, y puedo hacer que una brillante aureola de calma te rodee todo el cuerpo. Puedo llevarte a Marte, o meterte dentro de la fotografía más bella que hayas visualizado jamás. También puedo protegerte el frio, abrigándote con una bata de seda que emfaitce tu belleza. Puedo secar tus lágrimas en 3 segundos, o ofrecerte una piscina de champagne para que hagas en ella las tonterías que tanto me hacen reir. Puedo salvarte de la tristeza, y llevarte volando al edificio más alto del mundo, para ver abrazados tú y yo las luces de la ciudad, y creyendo que estamos solos en el mundo, y que no necesitamos a nadie más.

Métete dentro de mi mente y no vuelvas a salir jamás, es el lugar más bonito que nunca podrás vivir.

Amanda Lane en la estación

El día que Amanda Lane pisó por primera vez el suelo de la estación de Abbey estaba asustada. Había imaginado la llegada más de mil veces, pero al toparse con la realidad se dio cuenta que todo era muy diferente a sus pensamientos. Miró hacia todos lados, la gente marchaba en todas direcciones, y decidió dejarse llevar por el andar de los otros pasajeros que habían viajado con ella. De este modo, pudo encontrar la salida sin grandes problemas.
Era de noche, pero las luces de la gran ciudad eran más potentes que las del interior de la estación, y casi no logró distinguir la luz verde de un taxi hasta que éste se paró delante suyo y le invitó a subir. Amanda se limitó a aceptar ofreciendo al conductor el papel donde estaba escrita la dirección de su nueva casa. El trayecto no era largo, pero el silencio y el miedo lo convirtieron en eterno para ella. Por fin, cuando hubo entrado en el lúgubre piso, dejó su maleta en el suelo, arropó su cuerpo con sus propios brazos y, creyendo estar protegida por las paredes de un rincón del recibidor, se puso a llorar, hasta que se quedó dormida.

Durante 3 días no se atrevió a salir de casa. Simplemente miraba a través de la ventana que daba a una plaza donde los ancianos conversaban por las mañanas, y donde los niños jugaban por las tardes. Pero, al tercer día, el hambre se hizo más insufrible que el miedo. No era especialmente hambre de comida, sino de sentirse de nuevo parte del mundo, de andar un poco más hacia adelante en su vida, de adaptarse a su nueva situación, y afrontar inevitablemente sus miedos. Así que, metió su diccionario en el bolso, abrió la puerta de su piso, y tomando aire, decidió salir al exterior.

Quién pudiera

¿Quién pudiera acercarse, tan sólo a unos centímetros, y escribirte con susurros unas palabras de alegría? Decirte que el sol saldrá esta mañana, para reflejar en tus mejillas una primera imagen del día.
¿Quién pudiera arrodillarse ante ti, y darte las gracias con una mirada empapada en lágrimas, sin sentir tristeza alguna, simplemente alegría?
¿Quién pudiera abrazarte, quién pudiera abrazarte, quién pudiera abrazarte?
Ni aún si yo pudiera viajar a la velocidad de la luz, podría imaginar en vida, recorrer esa distancia infinita, que se antepone entre mis deseos y aquéllos que en tu mente yo querría.
¿Quién pudiera llegar a ti, y decirte que la noche ya era tuya, y que ahora también lo es el día? ¿Quién pudiera conseguir acercarse a ti, a tan sólo a unos centímetros, y dibujarte con susurros un te quiero en tus mejillas?

Mi reinado

Hoy soy el rey de lo que existe, el dueño de lo imaginable y de lo palpable. Consecuentemente hoy eres mía, me perteneces y yo decido tu despertar, tu siesta y tu hora de ir a dormir. Puedes revelarte contra mi poder, pero nunca nadie te poseerá de la misma manera que hoy te poseo yo a ti. Tengo bajo mi poder un ejército de palabras que atacarán tus oídos si decides taparlos con tus manos. En la retaguardia he puesto las caricias con las que sellaré la puerta de tus ojos, para que ninguna otra imagen enturbie hoy lo primero que has visto hoy al despertarte. Sólo dejaré que sea tu imaginación quien genere fotografías en tu mente. Te opondrás en un principio, en la mitad irás perdiendo fuerzas y al final reconocerás, arrodillándote ante el placer, que hoy sólo hay un rey, y que ese rey soy yo. Hoy seré el creador de lo que existe, desnudaré tu alma y por fin podré ver qué es lo que escondes en ella. Hoy te ordeno que liberes tu espalda de cualquier ropaje, mis labios suplican rozarla, dibujar en ella garabatos que carezcan de sentido, más tarde los borraré con las yemas de mis dedos, suavemene, para redibujarlas con diferentes colores, y distintos movimientos. Serás esclava sin perder tu libertad. Podrás irte cuando quieras, aunque tenlo por seguro, que sólo querrás hacerlo cuando yo te ordene que te marches.

Pequeña Habitación

Vivo en una pequeña habitación, con una ventana que sea abre cada poco tiempo y nunca con la misma frecuencia. La luz que entra a través de ella no se puede ver, aunque ilumina de todos modos. Se puede escuchar una música de percusíón de fondo, como un tren sobrepasando mi tejado. Otras veces, los golpes de tambor son suaves e incluso agradables. Desde mi habitación no hace falta que vea tus lágrimas para saber si lloras, ni tampoco necesito oir tu risa. Simplemente pongo una mano en la pared y espero. Espero a un cambio en la ventana, en el ritmo de los tambores, en la intensidad de la luz que entra y que no se puede ver. Puedo verte desde aquí, sin estar tú, y mirar tus sentimientos como nadie nunca los ha visto. Sé que duermes cuando duermes, y sé que piensas en mí cuando pones la mano en tu pecho. Vivo en tu ventrículo derecho, en una pequeña cavidad de tu corazón.

Blanco

Todo era blanco desde la noche anterior. Cerré los ojos con la primera luz del alba, clavando mi mirada en ti, esculpiendo en mis recuerdos tu forma de respirar con los párpados enmurallando tus pupilas. Soñé con paisajes cálidos de nieve, blanco era el suelo y el mantel de las montañas que nos rodeaban. Blanco era el cielo, con tonalidades azules que rozaban el blanco. Blanca era tu túnica, tu piel y tu contorno. Todo era blanco. Blanco, como la ceguera del día siguiente, antes de que mis ojos se acostumbraran al blanco que no habían dejado de ver. Tras haber cedido durante indeterminadas horas ante el sueño, mezclado en las sábanas blancas, me desperté. Y bañé de blanco tu silueta al abrir el amplio ventanal que esperaba en los pies de la cama. Aún dormías, con tu blanco aroma bailando alrededor de tu belleza. Tu belleza intacta, reflejando luz, sin perder ni un ápice de fuerza. Nunca pensé que la auténtica ceguera era de color blanco. Y ahí estabas, desnuda, con un millón de colores enlazados cantando a tu alrededor, trenzándose entre sí para ser uno solo. Blanco, todo blanco, desde el primer hasta el último recuerdo, como cada uno de tus besos, como cada uno de los míos. Sin manchas, todo blanco.

Punto Final

Te quedaste estancada en nuestro último recuerdo, y te cubriste con un manto de amnesia selectiva para olvidar todo lo bueno que había ocurrido hasta entonces. Lloraste tanto aquellos días que necesitabas salir a remo de tu lavabo, cada vez que creías que nadie oía tu tristeza. Y yo, sentado en la sombra de mis arrepentimientos, me quedé quieto. No hice nada más que caminar hacia mi delante sin girar la mirada hacia ti. Me pregunto en qué punto del camino nos cargamos de tanto odio, y adónde fue a parar nuestro amor.

viernes, 13 de febrero de 2009

Bella

Tú eres bella, porque no apartas tu mirada de mis ojos cuando te hablo, hasta que tengo que desviar mi visión para que, durante unos pequeños instantes, pueda echar de menos volver a clavar mis pupilas en ti.
Tú eres bella, porque enseñas tu alma cada vez que sonríes, sin miedo a que algo de tu interior pueda hacer tambalear tu seguridad.
Tú eres bella, porque que me regalas un minuto de felicidad cada vez que me prestas un segundo de atención.
Tú eres bella, porque huyen las palabras de mi imaginación cuando hablo contigo para no estropear belleza del momento.
Tú eres bella, porque lo sabes.
Tú eres bella, porque lo eres.

Ella

Ella es la vida, la canción más bonita jamás escrita. Ella es mi destino, mi inicio y mi fin. Ella es la música y el silencio. Ella es el cielo de un día soleado. Ella aparece siempre sin haber desaparecido nunca. Ella es una palabra mágica, tan preciosa susurrada como exclamada. Ella, tan real en los sueños, y tan soñada en la realidad, es mi primer y mi último pensamiento.
Ella es la sonrisa que vive en mi cara. Ella es el mundo, y el mundo gira por ella. Ella es la lágrima de mi emoción. Podrías partir la Tierra en dos, si tú lloraras por ella.
Ella es perfección, con defectos tan bellos como los que sólo tiene ella.

Vive

Cada día, al salir del trabajo, hacía el mismo recorrido de vuelta a casa. Cada día, las caras parecían repetirse en dicho trayecto. Un anciana cruzaba el paso de cebra, pidiendo paciencia y perdón con su mirada, discupando de esta manera la lentitud de sus piernas. Cada día, a la misma hora, mis ojos prestaban una curiosa atención a los nuevos carteles que decoraban anárquicamente una pared de la estrecha calle en la que vivía. Anuncios de conciertos de rock en la ciudad, espectáculos circenses, estrenos cinematográficos,... Eran mi contacto con las novedades del mundo del arte.
Sin embargo, desde hacía ya varias semanas lo único que los hacía diferentes era su desgaste, su erosión. Nadie los había renovado. Así que anunciaban estrenos estrenados, conciertos ya cantados y espectáculos ya disfrutados. De esta manera, dejé de fijarme, perdiendo con ello lo único no rutinario de mi itinerario de vuelta a casa.
Meses más tarde, en esa misma pared, algo llamó mi atención. La anciana, en lugar de cruzar la calle, caminaba junto a los gastados carteles. Y fue entonces cuando vi que las inclemencias del tiempo habían borrado las esquinas de los pósters de una manera tan mágica como sorprendente. En sus desperfectos, se habían unido de tal manera que la palabra "Vive" podía leerse con claridad.
Había olvidado ese muro el día que dejó de renovarse, y entendí que no sólo en el cambio y en la novedad están las sorpresas. También en la rutina podía recordar lo bello que era vivir.

3 deseos

Feliz como una perdiz escribí en el suelo 2 de los 3 deseos que me habían sido concedidos. Dejé el tercero en mi mente. Con el tiempo, la lluvia y los pisoteos del caminar de los humanos fueron borrando esos 2 deseos. Una vez hubieron desaparecido no los volví a recordar. Sin embargo, aquel tercer deseo que no quise escribir con los otros 2 aún descansaba esculpido en mi mente. Y llegado el debido momento, decidí materializarlo, pues el haber olvidado mis otros 2 deseos me había entristecido. Y, durante mucho más tiempo, volví a ser feliz.

Verde hierba

Pasó un mes, y la nieve que había pintado la superfície de blanco, empezó a derretirse. Poco a poco, pudimos ver el suelo con mayor claridad. Y lo que pensábamos que era asfalto gris casi negro, resultó ser verde hierba. No tardamos en sentarnos, agradeciendo por fin que nuestro aposento no fuera frío como el hielo, ni duro como una piedra. Pasamos el resto del día hablando, el resto de la semana y el resto del año.
Con la llegada del siguiente invierno, la nieve que había vuelto a pintar el suelo de blanco, empezó a derretirse. Poco a poco, pudimos ver el suelo con mayor claridad. Y lo que sabíamos que era verde hierba, seguía siendo verde hierba.

El cometa

Aunque el recuerdo de nuestra canción vaya desmenuzándose en pequeñas porciones de olvido, yo seguiré tocando. Lucharé contra mi afonía, y sanaré las llagas de mis dedos. Dormiré despierto para no ceder nunca ante el silencio del sueño. Poco a poco, mis cantos se escucharán más allá del cielo, rozarán el ardiente sol y se unirán a los cometas para no viajar nunca solos. Verán galaxias con mundos tanto o más bonitos que el nuestro. Y nunca, nunca, mirarán hacia atrás. Hasta que, en el fin del universo, ahí donde la luz aún no ha llegado, se puedan escuchar todas y cada una de las notas que compusimos para cantarnos el uno al otro lo mucho que nos queríamos.

No moriremos

No moriremos de no haber querido descubrir qué había más allá del oceano. Ni moriremos por haber cerrado la puerta al amor. No moriremos de haber dicho demasiadas veces nunca, ni de haber callado demasiadas veces siempre. No moriremos con el orgullo de haber contestado una vez NO, ni de haberlo hecho excesivas veces con un SÍ. No moriremos de haber sido demasiado jóvenes, ni de haber pensado sin madurez. No moriremos de haber negado la felicidad ni la tristeza. No moriremos felices, ni tampoco tristes.
Moriremos sabiendo que todo lo que hicimos, lo hicimos lo mejor que pudimos.

Apagando sentidos

No sentí nada más durante el resto del tiempo, fui apagando uno a uno cada sentido que me hacía tener conciencia de que ella realmente había existido. Le toqué, acariciando cada milímetro de su mano, y decidí apagar mi tacto para que fuera su mano lo último que tocara. La besé, y cerré mis labios para que fueran los suyos los últimos que besara. La miré y cegué mi visión para que fuera a ella a la última a la que mirara. La escuché, y tapé mis oídos para que fueran las suyas, las últimas palabras que yo escuchara.

viernes, 6 de febrero de 2009

Amanda Lane dio a luz

El día que nació llovía. Lo recuerdo perfectamente. Llovía tanto que asustaba salir a la calle. Pero no podía esperar. Si no llegaba el primero ella nunca me lo hubiera perdonado. Así que cogí el único paraguas que tenía, sin fijarme si funcionaba, y partí dirección al hospital. Llegué tan empapado como si me hubiera lanzado vestido al mar pues las gotas de agua caían de manera oblicua, casi paralela al suelo, y el paraguas poco pudo parar. Habitación 307. Ahí estaba ella, durmiendo, y la atmósfera que la envolvía delataba que el parto había sido problemático. Sin embargo, ella sonreía. Estaba preciosa cuando lo hacía, tanto como cuando, callada, me miraba para hablarme de manera silenciosa, sin que nadie más que yo pudiera escucharla.
Enseguida esa mágica imagen de Amanda fue interrumpida por al abrir la puerta de una enfermera, que empujaba la cuna donde pude verle por primera vez. "Un bebé precioso, señorita Lane", dijo sonriendo la joven matrona a la vez que Amanda despertaba. Nunca olvidaré su cara al cogerle en brazos, nunca olvidaré la sensación de ver cómo Amanda, por primera vez en su vida, se sentía orgullosa de sí misma. No emití ningún sonido, pues la imagen era música, y Amanda me estaba hablando silenciosamente, como ya lo había hecho tantas otras veces, y ahora éramos dos quienes la escuchábamos.

El hombre deslabiado

Podrías perder un brazo en un accidente, de cualquier manera: absurda, injusta, desafortunada, merecida,... Y sería una pérdida irremediable. Con suerte, el miembro perdido podría ser el que no utilizas para escribir, aquél con el que tienes mayor agilidad. del mismo modo, podrías perder una pierna, y aprender de nuevo una diferente manera de caminar.
Más dramático sería perder ambos brazos, o ambas piernas. Necesitar a partir de entonces una ayuda para realizar casi cualquier acción. Perder 2 miembros para hacerte dependiente el resto de tu vida, una ayuda tan importante como el oxígeno que respiras.

Y antes de anularte como persona, difícil sería escapar de una depresión originada en la pérdida total de las extremidades. Quedarse inmóvil, observando la vida sin poder formar parte de ella. Ver el movimiento de las cosas, y ser incapaz de rozarlas, empujarlas, deternelas o acelerarlas. Sólo una voz y un cerebro, para pensar, sólo pensar.

De todos modos, una vez conocí a un hombre con 2 brazos y 2 piernas, como cualquier otro hombre. Podía correr, bailar, andar, agarrar, abrazar, mover objetos, detenerlos o acelerarlos. Pero no tenía labios. Los había perdido de una manera absurda, injusta, desafortunada o merecida, nadie lo sabía. Y el hecho de no poder besar aniquilaba su felicidad. Hasta el punto que solía decir que "Daría mis brazos y mis piernas por poder dar un solo beso".

4 canciones


Escribimos 4 canciones con melodías de plastilina que moldeábamos según nos inspiraran cada una de nuestras miradas. La primera fue tímida, con palabras llenas de asustada intención, pero vacías de realidad, pues aún no teníamos la certeza de si lo que nos pasaba era cierto, o era producto de una embriagada voluntad. Era díficil encontrar la expresión correcta, aquélla que no fuera demasiado atrevida, ni demasiado superficial. Acariciamos, con los primeros acordes, una fina capa de piel de la bolsa donde crecían, fermentándose, sentimientos de alegría, y a su vez, de pavor. Pero llegamos al último verso, y dejamos a voluntad de unos puntos suspensivos la continuación.
Con la segunda canción, pusimos a prueba nuestras sonrisas. No recuerdo quién fue primero quien abrió la veda. Fuiste tú o quizás fui yo. Y dejamos escapar el primer aroma sin tomar partido. Ese fue el primer silencio, acompañado de miradas de complicidad y timidez. No queríamos ceder gratuitamente y denotar síntoma alguno de vulnerabilidad, aún éramos jóvenes compositores, y las experiencias pasadas dolían demasiado como para dejar de imaginar un vacío precipicio entre tú y yo. Sin embargo, la curiosidad podía con nuestras almas, y en cuanto desviaste tu atención, dí un paso adelante y escribí encima de tu estrofa mi intención de darte un beso, y a poder ser, mejor serían dos. Y así fue que disimulando no desearlo, puse fin a la canción, con no un solo beso, porque fueron dos.
Cerraste los ojos dando inicio a la tercera canción. Dejamos las palabras en el aire, y con ellas la razón. Esta vez no habría letra, una bonita melodía guiada por la percusión. A golpes de tambor desnudamos nuestros cuerpos, y seguimos la canción. Siendo tú mi guitarra, te abracé con caricias para que las cuerdas del momento permanecieran eternamente en nuestras mentes. El fin llegó con la salida del sol cuando, envueltos en nuestros deseos, cedimos a un nuevo encuentro en el mundo de los sueños.
Ahí fue donde escribimos nuestra última canción. Y quedamos dormidos miles de años, sin volver a despertar, juntos en la eternidad.

Sumar

Cuando era pequeño no entendía por qué me enseñaban a sumar. Qué más daba si 2 lápices y 3 lápices eran 5 lápices? Pensaba que con tenerlos ya era suficiente, no hacía falta saber más sobre ellos que su utilidad y disfrutar de la tranquilidad que te podía otorgar saber que ahí estaban. Por suerte, al principio sólo sumaba cosas de relativa importancia (pero poca), mesas, zapatos, ventanas, manzanas,...
Aprendí a recitar números según las leyes de los adultos, a quienes les gustaba vendérnoslo como un juego, aunque la obligatoriedad de dicho juego erradicaba su diversión. Pero todos los niños enseguida nos volvimos poetas, de cuestionable vocación, para que nuestros padres y profesores nos regalaran una sonrisa adicional.

No pasó mucho tiempo, y sin haber descubierto aún la utilidad del sumar, apareció en un momento de recreo Mateo con una pregunta envenenada que lanzarnos: "Cuántos mejores amigos tenéis? Yo tengo 3" y los nombró. Curiosamente eran los 3 personajillos que le acompañaban entrelazando sus brazos en sus hombros.
Ahí empezó todo. Con 5 años, cada uno de nosotros pensó por primera vez en el número de amigos que tenía. Podríamos haber pasado toda una vida sin plantearnos esa pregunta, pero ahora sabíamos sumar. Y queríamos definir con un número la cantidad de apoyos, incluso de amor (inmaduro aún) con el que podíamos contar. No fue extraño observar que todos superaron con creces el número 3 de Mateo. Ningún niño quiere quedarse atrás, y recurre muchas veces a la imaginación para hacerse un pequeño hueco en el mundo. Mateo fue el primero, y fue el único sincero.

Con los años, seguí sumando varias veces a mis mejores amigos, borracheras, novias, coches, peleas, resacas, asignaturas aprobadas,... y todos hacíamos lo mismo.
Eran números que utilizábamos a nuestro placer para destacar nuestra falsa superioridad sobre los demás. Y siempre, siempre, había alguien con un amigo más, una novia más, una moneda más.

Estoy seguro de que aprender a sumar fue necesario y positivo en muchos aspectos. Sin embargo, hay momentos en los que intento recordar aquellos días cuando yo tenía lápices. Quizás eran 4 o quizás eran 9, y dibujaba tranquilo casas montañas, amigos, aviones, coches,... lo único que me importaba es que podía seguir haciéndolo porque había más. Ojalá hubiera ocurrido lo mismo con el resto de cosas que pasé largos momentos de mi vida sumando.

Alzheimer


¿Cómo será la vida, cuando ya no me conozcas, cuando ya no recuerdes mi nombre, y te preguntes quién soy cada vez que te miro a los ojos?
¿Qué va a ser de mí cuando me olvides y tu cerebro haya borrado cada uno de nuestros recuerdos, desde nuestro primer beso, el nacimiento de cada uno de nuestros hijos, nietos, hasta sus nombres, tu nombre, mi nombre?
¿Cómo será la vida cuando olvides por qué me quieres o me quisiste?
Me pregunto cómo será la vida, cuando sin quererlo me olvides, cuando estés sin estar, cuando después de tantos años tu alma haya marchado de viaje, llevándose consigo el interior de tu corazón, y dejando a merced del tiempo el sonido de su último latido.

jueves, 5 de febrero de 2009

El beso número 7

Tú, sentada en el borde que delimita la luz, jugando con las telarañas que empapan mis últimos recuerdos, dejas caer un asa de tu sujetador que acaricia tu brazo hasta reposar en tu codo. Giras tu mirada que se perdía en la lejanía de nuestro delante y la diriges hacia mí. Sólo unos segundos. Sabes que te miro, por eso dejas tú de hacerlo con suavidad. Y esperas a que me acerque, sabes que lo haré, que besaré tu cuello primero, y desataré tu sujetador en el beso número 7, cuando haya descendido progresivamente, siempre sin despegar mis labios de la piel de tu espalda. Dejo que mis manos te confundan, rozando aleatoriamente cada parte de tu cuerpo sin que tú nunca descubras qué dirección llevarán, sin llegar a bajar nunca de tu cintura, despertando las emociones de zonas de tu cuerpo que hace tiempo que nadie exploraba. Te alzaré en mis brazos al darte la vuelta, para ver tus ojos cerrados al besarnos. Y lo mejor llegará al final, cuando pierdas el control de todo lo tuyo y liberes al primero de un millón de gemidos. Todo llegará al final, a partir del beso número 7.

Two nice shoes

- ¿Te has fijado alguna vez en la chica que trabaja en la tienda debajo de tu curro? - me preguntó él.
- Pues no, mañana me fijaré.- contesté sin prestar mucha atención a lo que contestaba.

Y al día siguiente me fijé. Fueron sólo 2 segundos, quizás no llegó a ser tanto tiempo. Miré por acto reflejo como si mi mente insistiera en que recordara lo que me había dicho mi amigo, pero yo no era consciente de ese recuerdo de la pregunta. Aún dudo en si fue una bendición o más bien todo lo contrario, porque se convirtió en lo más rutinario de todo lo que acontecía a lo largo de los días. Primero fueron 2 segundos que, repetidos a diario, en 30 días ya sumaban un minuto. Y después de 5 meses, 5 minutos. Sí, 5 minutos, mucho más tiempo había acumulado mirándola a ella que a miles de otras personas con las que me había cruzado a lo largo de mi vida. 5 minutos, suficientes para imaginar su sonrisa, su voz, su manera de cerrar los ojos, su cara de dormida, durmiendo, despertando, durmiendo,... Esos eran los 2 mejores segundos del día, cuando cruzaba la tienda y ella aparecía en mi mente, ese par de pequeñas divisiones de tiempo que ocurrían al acabar.

No tardé mucho tiempo en regalar con una pregunta esa magia que mi amigo me había ofrecido 5 meses atrás. Les pregunté a muchos de mis amigos si alguna vez se habían fijado en la chica que trabajaba en la tienda de debajo de mi oficina. Estaba seguro que un día se fijarían en ella durante 2 cortísimos aunque suficientes segundos. Suficientes porque sé que a partir de ellos no podrían evitar la tentación de repetirlos. Tras 30 días, ya sumarían 1 minuto. Y pasados 5 meses, 5 minutos. Suficientes 5 minutos para imaginar su sonrisa, su voz, su manera de cerrar los ojos, su cara de dormida, durmiendo, despertando, durmiendo,... Les regalé magia. Sin conejos que aparecían de sombreros de copa, sin cartas adivinadas, magia real, de aquélla que aparece en los milagros de los libros sagrados, magia real. Ningún hombre, joven o anciano, en este mundo, es capaz de no admirarla, de girar su cabeza al tenerla delante. Nadie, absolutamente nadie.

Tuve que dejar una carta anónima en la puerta de entrada, sin saber su nombre, para agradecerle su existencia. Porque pasaban los días, en mi vida y en la de todo el mundo. Muchos de ellos eran tan parecidos al anterior que la nada y el olvido los recubría a la luz del alba del siguiente. 23 horas 59 minutos y 58 segundos eran borrados de mi mente a diario cuando no ocurría nada, excepto los 2 segundos en los que pasaba por delante de la tienda, ante su imagen al otro lado del escaparate. 2 segundos, que se multiplicaban infinitamente en mi mente.

No sé cuánto mide mi valor, e ignoro de igual manera si es suficiente como para decirle algún día a su preciosa cara que fui yo quien escribió a mano esa carta. Ocurra lo que ocurra, gracias a ella, sé que existe la perfección. Y todo el mundo tiene el derecho obligado de haber visto algo perfecto. Yo, por lo menos, ya lo he visto.

Un lunes cualquiera

Hoy es un lunes cualquiera, y como lunes que es, resulta más fácil y agradable pensar en la semana que acabó antes que en la que empieza. Mientras testeo la temperatura del café con minúsculos sorbos, acariciando la espuma de la superfície con los labios, al otro lado de la ventana, personas, coches, ciudad.
Un chico cruza la calle con una cara que demuestra que ayer pasó una dura resaca que parece no haber desaparecido aún. "El fin de semana que viene no salgo." camina pensando creyendo de manera ilusa en sus débiles convicciones. De todos modos está contento, el sñabado consiguió quedar por fin con la chica que se había instalado hacía pocos días en su cabeza. Fue todo mucho más rápido de lo que había imaginado. "La llamaré al mediodía, tengo ganas de verla hoy."

La chica que espera en la autobus no bebió el sábado. Mintió a su novio para poder quedar con uno que conoció de manera fortuita en un bar hacía pocos días. No le fue difícil darle el número de teléfono, aquel día se sentía sola y anciana a pesar de tener 20 años. Ella achacaba la culpa a la presión social y al sistema capitalista y consumista, que le forzaban a querer cambiar constantemente de ropa, de look, de hábitos alimenticios, y de pareja. Así que abatida y derrotada, un ente social intangible le "obligó" a ser infiel. Ahí sentada en la parada del autobús, buscaba en su imaginación alguna coartada para que sus inocentes actos no salieran a la luz y poder mantener a su lado a su novio, porque ahora que sabía que podía perderlo por haber actuado de esa manera, se había dado cuenta de que realmente lo amaba. O por lo menos necesitaba creerlo así para no sentirse excesivamente mal. "No hay mal que por bien no venga". Por supuesto, no podía recordar el sábado, sus mecanismos de defensa mentales rechazaban esa acción como si de un acto reflejo se tratara.

El chico que espera al verde del semáforo en la moto está nervioso. No sabe nada de su novia desde el viernes por la noche y cree que le ha pasado algo. Pero no es la primera vez que le ocurre. "A ella le gusta salir con sus amigas" Cree firmemente en la fidelidad de su pareja, y se cree merecedor de esa cualidad. Al fin y al cabo, él sólo le ha puesto los cuernos cuando iba borracho, lo que no debe ser nunca achacable a la falta de amor, sino a problemas de cariño que sufrió en la infancia. Algo que repite constantemente a sus novias para garantizar que nunca se enfadarán por sus flirteos cuando se hayen ausentes.

La anciana que arrastra el carrito de la comida lleva una hora intentando recordar el nombre de cada uno de sus 6 hijos. Le gusta sonreir mientras camina ya que cree que eso le acerca a Dios, y también le ayuda a esconder el miedo que le provoca estar entrando en la demencia senil con su correspondiente pérdida de memoria. Hoy irá a la Iglesia a rezar por su familia, y por el ser humano en general siempre y cuando sea de buena familia.

Hoy es un lunes cualquiera.

Fotografía

A veces me pregunto si fue un error involuntario. Ahora ya me lo pregunto con poca frecuencia. Era inevitable no abrir ese álbum de fotos que reposaba encima de la mesa y que parecía ser capaz de hablar con mi inconsciente de manera adictiva, susurrando un "ábreme" que repetía hasta la saciedad. En el fondo, no podía tener nada de peligroso un álbum de fotos. O eso pensaba antes de abrir aquél en concreto. Mientrastanto, mi amigo preparaba la cena e iba rellenando mi vaso de vino cada 5 de mis sorbos a la vez que, casi sin respirar, me explicaba sus batallitas del trabajo y lo injusta que llegaba a ser su ex con él y con su propio sufrimiento.
No fue casualidad, el álbum estaba ahí delante por algún motivo que yo aún ignoraba. Y ahogado en las interminables palabras de mi amigo, por fin lo abrí.

Era deslumbrante, mis ojos no estaban preparados para ese primer impacto de luz. La vida nunca avisa cuando algo grande va a ocurrir, sea bueno o sea malo. Y a mí me pilló totalmente desprevenido e indefenso, aunque ni 100 años de previsión habrían servido para nada en esa situación. Una sola fotografía, centrada en la primera página, encadenaba mis 2 ojos e impedía que pudiera mirar a otro lugar. Tuve que utilizar todas mis fuerzas para intentar liberarlos, y cayó al suelo la copa de vino en consecuencia. Cuando gané la sensibilidad de las yemas de mis dedos poco tiempo después, éstas se iluminaron de un color amarillo incandescente. Y pasé la mano por encima de tu fotografía, a la vez que apagaba el resto de sentidos, para leer con precisión tu relieve. Luego respiré profundamente, aún con los ojos sellados, y noté partículas de tu aroma desprendiéndose del papel, que eran como pequeñas motas flotantes envueltas en un manto de luz. Y volví a abrir los ojos, ya recuperados del impacto inicial. Para analizar cada uno de los rincones de tu cara. Leí en tu fotografía tu pasado y presente. Luego profundicé en tus miedos, en el por qué de tu sonrisa incompleta, y en el grosor de tu coraza interior. Y, aunque tus miedos eran muchos, tu sonrisa no era perfecta, y se necesitara la fuerza de 3000 hombres para romper tu coraza, esa era la fotografía más bella que había visto jamás. En ese momento me sentía capaz de protegerte de tus temores, me sentía con la fuerza de 1 millón de hombres, y quería ver tu sonrisa completa, perfecta.

Mi amigo me despertó del trance en el que me habías metido cuando, indignado, me abroncó por haber derramado el vino en su nueva y cara alfombra. Si hubiera estado 10 segundos más ante tu fotografía, habría tenido la obligación de preguntarle sobre ti. Y eso habría representado arriesgarme a saber si estabas felizmente casada, si vivías en mi misma ciudad, o si había alguna posibilidad de que me permtieras ser el único hombre de tu vida. En aquel momento, no hice nada. Y pensé que hacía lo correcto, era demasiado joven, todos decían que aún me quedaban muchas cosas por hacer, y en realidad, sólo estaba siendo un auténtico capullo.

Me casé 5 años después. Tuve 4 hijos que crecieron sanos y felices en una casa donde a ellos nunca les faltó de nada. Tenía todo lo que cualquier hombre podía desear: una bella mujer, 4 hijos con futuros prometedores, dinero, un buen trabajo, pero yo no era cualquier hombre. Perdí esa condición el día que vi tu foto y dejé caer el vino al suelo, a la vez que caía al abismo mi alma. Cedí ante el miedo de saber sobre ti, de no arriesgarme a encontrarte, y un mar de preguntas que decidí no responder me llevaban sin rumbo a alguna isla desértica. Cada viernes desde aquel día, a las 3 del mediodía, salía a la calle, al lugar más transitado de Barcelona, abría mis brazos con las yemas de mis dedos iluminadas de amarillo incandescente, y provocaba que chocaran contra el resto de la gente, esperando que añguna vez fueras tú a quien notaran. También solía respirar profundamente en cualquier lugar donde hubiera gente, para oler de nuevo las pequeñas motas flotantes envueltas en un manto de luz de tu aroma. Otros días, miraba a través de la ventana, y me fijaba en todas las caras de quienes caminaban por la calle.

Así pasé el resto de mis días, deseando haber dejado a un lado el miedo para haber podido vivir mi vida con la intensidad que merecía. Y tú nunca apareciste. Y yo siempre te busqué.

La flor erguida

Llegado a casa después de un largo y duro día de trabajo, se sentó completamente solo en el sofá. Encendió el televisor para entretener su propio desinterés. Y miró hacia ambos lados creyendo que alguien podría estar ahí. Pero no había nadie. Ni nunca lo hubo. Así que sonrió, creyendo verse a sí mismo en un espejo que no existía, y aceptando a la vez que la soledad que durante tanto tiempo le había acompañado, aún no le había abandonado.
Había decorado su casa de manera que todo el mundo que entraba en ella quedaba sorprendido. "Qué bonita tu casa!". Pero él cada día entraba en ella sabiendo que el mejor adorno nunca iba a estar ahí. Que por mucho que gastara sus ahorros en un mueble más bonito que el predecesor, siempre faltaría algo en ella. Y nunca, nunca, sería tan bonita para él como lo era para los demás. "Hogar, triste hogar", pero jamás dulce. El día que compró la flor más cara, la metió en un jarrón y rezó para que nunca marchitara, fue un día feliz. Pero marchitó. Y dejó que los pétalos muertos reposaran en el mantel de la mesa durante un buen tiempo.

Un día, mucho más tarde, volvió después de un largo y duro trabajo. Encendió el televisor para entretener su latente desilusión, creyendo encontrar en las historias de esa caja eléctrica un motivo para considerar su infelicidad un mal menor. Y fue por suerte que giró su cabeza hacia la flor que tiempo atrás había muerto, y que nunca recibió la sepultura de una bolsa de basura. Había sido amarilla, antes de ser marrón. Y había sido también tierna y suave, antes de convertirse en dura y áspera. Y los pétalos que habían caído, marrones cercanos al negro anunciantes de muerte y de desolación, reposaban amarillos, tiernos, suaves y frescos en el mismo lugar donde habían muerto. Y fue suerte la que le hizo girar la cabeza, porque si no lo hubiera hecho en su mente seguirían los pétalos muertos. Pero aquel día vivían de nuevo. Se acercó a ellos, los colocó otra vez alrededor de su tallo natal, y rellenó de agua el frasco que mantenía la flor erguida.

Al día siguiente de la resurrección de la flor, alguien llamó a la puerta. Poco después, al encender el televisor, miró hacia ambos lados creyendo que alguien podía estar ahí. Y efectivamente había alguien, y efectivamente, se quedó eternamente. Sonrió al verse reflejado en la pupila de su compañero. Y tras un portazo de su propia soledad que se despedía con cara de decepción, nunca más volvió a sentirse solo.

Un buen inicio

Recuerdo aquellos días en los que nuestros sueños se cumplían con el juguete de moda del momento. Por aquel entonces, no decidíamos dónde íbamos a pasar las vacaciones, ni lo que teníamos que cocinar para la cena. Recuerdo que era fácil derramar una lágrima, y obtener compasión por ella. Que las carcajadas, fuera el que fuese su motivo, hacían sonreír a los adultos. Qué bonitas eran las Navidades y la magia de los cuentos que leíamos, quedarse dormido en el coche cuando nuestros padres nos traían de vuelta a la ciudad tras un fin de semana en las afueras, hacerse el dormido para ser transportados en brazos a nuestro lecho, siempre soñando con aquel videojuego que nos faltaba y que seguramente alguno de la clase ya tenía. Pasábamos los días amando la velocidad del tiempo, y cada nueva vela en el pastel de nuestro cumpleaños era una alegría añadida.
Quizás no eran tiempos felices, pues nunca nos planteábamos qué era la felicidad, y quizás no eran tiempos tristes, pues desconocíamos el dolor de corazón. Simplemente éramos niños, mentes en blanco dispuestas a ser coloreadas, rectificadas, garabateadas, esculpidas. Nuestra única preocupación era complacer nuestra curiosidad con nuevos conocimientos, sin ser conscientes de la importancia que tendrían los mismos en el resto de nuestros días. No supimos el peligro de nada, hasta que nada nos hizo peligrar. Y sólo un grito furioso de nuestro padre conseguía erradicar nuestra curiosidad por descubrir. No son novedades las palabras que preceden a éstas, todo ser que fue niño lo sabe, y nunca lo olvida.
De todos modos, nada nunca fue como lo habíamos imaginado antes de que ocurriera. Y cada historia que se esculpía en la Tierra era un garabato diferente y único. Algunos consiguieron dibujar magistrales obras de arte, otros no fueron más allá de un desgarro pictórico. Sin embargo, la vida brindó a todos ellos la oportunidad de crear cualquier cosa. Y con un mérito incuestionable, entre todos conseguimos llenar de color nuestros alrededores, barnizándolos con las estaciones del año, y moldeándolos con nuestras lágrimas y sonrisas. Sería algo inconmensurablemente bello, disponer de una recopilación de cada una de esas obras de arte, de un reportaje ilimitado acerca de los que consigueron expandir la felicidad, y de aquéllos que la eliminaron. Y aunque fueran millones de páginas, estaría dispuesto a explicaros cada una de ellas si fuera mía la eternidad, la cual estaría encantado de ofreceros a cambio de la atención de vuestros oídos, y por qué no, también de vuestros corazones.
Desgraciadamente no dispongo del tiempo suficiente para relatar muchas de esas vidas, como tampoco lo he tenido para aprender todas aquéllas que me hubiera gustado escuchar. Mas hay una en concreto que tuve la gloriosa oportunidad de conocer que no logró caer en mi olvido, como tampoco permitió que cualquier otra captara de mí mayor admiración. Una bella historia que nunca será televisada, de la que no conseguiréis más información que la que os doy en mis palabras. Una historia sobre el honor, el orgullo, el amor, la falta de él, sobre un superhéroe que no salvó a la humanidad, ni siquiera libró de la muerte a las personas a las que él más quería, pero que mientras caminaba por nuestro amado planeta, nadie dudó de que vivir era algo que merecía la pena. No sé si todos los que nacemos tenemos una misión divina para la cual fuimos creados, pero veo con claridad que debo dar fe de la existencia de este gran hombre para poder yacer con tranquilidad en mi lecho de muerte cuando llegue el momento, y cuando logre escribir la última palabra, mi garabato en este mundo podrá considerarse finalizado.

La lejanía en el tiempo


Exageramos lo que sentimos en el pasado creyendo que era mucho mejor de lo que vivimos hoy, sin darnos cuenta de que exactamente el hoy, será el recuerdo del mañana. Y muchas veces creemos que volveremos a sentir las cosas como ayer, e ignoramos que ya las sentimos así. Ignoramos que las palabras bonitas de hoy, son las mismas palabras de ayer, pero simplemente por pertenecer al pasado, las recordamos como palabras preciosas.
Y, no es solo precioso lo que recordamos, sino también lo que estamos viviendo ahora, y seguramente, lo que viviremos mañana. No es usual vivir un momento de felicidad siendo conscientes de lo bonito que es. No nos paramos en el tiempo a decirnos a nosotros mismos: “Qué bonito es esto que estoy viviendo”. Dejamos que el tiempo nos lleve lejos, hasta el punto en que echaremos de menos ese momento y lo podremos tildar de precioso. Por eso el amor es tan bonito cuando se va, por eso la felicidad es tan preciosa cuando huye, y por eso el tiempo es tan preciado cuando nos falta.

Si dejáramos de vivir de los recuerdos y nos situáramos en un punto sin ellos donde toda vivencia es nueva, podríamos experimentar lo bonito de vivir sin necesidad de recordar. Aunque cualquier tiempo pasado fue mejor, se puede asegurar que cualquier tiempo presente puede llegar a ser incluso más vivido, más recordado, y en consecuencia, más bonito, que cualquiera de nuestros recuerdos pasados.

Intentamos creer, y llegamos a convencernos de ello, que la lejanía en el tiempo de un recuerdo mide su importancia sentimental. Personalmente espero que haya un momento, y con sólo uno me bastaría, en que mientras lo vivo, pueda hacer que el tiempo se pare, que mis recuerdos desaparezcan, para que pueda vivir un momento presente sintiéndolo con la misma fuerza con la que recuerdo el más bonito de mis recuerdos pasados.

Mi Credo


Creo en el amor, en tu amor, en mi amor. Creo en John Lennon, en Paul McCartney, en Lennon/ McCartney. Creo en la paz, la paz del mundo, en nuestra paz. Creo en la amistad, en mis amigos, en vosotros. Creo en la música, creo en el rock, creo en Elvis. Creo en los Beatles, en Penny Lane, en Ringo. Creo en la felicidad, tu felicidad, en la mía. Creo en el matrimonio, creo en tu anillo, en el mío. Creo en Gandhi, creo en sus milagros, también en los tuyos. Creo en mi guitarra, en su sonido, en tu voz. Creo en ti. Creo en la vida, en la muerte, en el nacer. Creo en el sol, en su puesta, en su salida. Creo en la eternidad, en el fin, en el principio. Creo en el infinito, en el universo, en el vacío. Creo en la filosofía, en la sabiduría, en la ignorancia. Creo en el whisky, en el vino, en el agua. Creo en el saber, en el recuerdo, en el olvido. Creo en la comprensión, en el perdón, creo en la compasión. Creo en la igualdad, en las diferencias, en la novedad. Creo en el paraíso, te doy el mío, creo en ti. Creo en las maravillas, en las tuyas, y en las mías. Creo en el pasado, en el futuro, creo en el presente. Creo en los números, en el sumar, en los resultados. Creo en las letras, las de tu nombre, creo en tus letras. Creo en las palabras, en sus sonidos, en tus susurros. Creo en la luz, en la oscuridad, en la noche. Creo en las estrellas, en el cielo, en tus ojos. Creo en mi camino, creo en el tuyo. Creo en mis canciones. Creo también en las tuyas. Creo en George Harrison, en my sweet lord, en give me love. Creo en mi familia, en mi madre, en mi padre. Creo en el dinero. Creo en la madurez, creo en el humor, creo en la risa. Creo en los sueños, creo en los tuyos, creo en los míos. Creo en las lágrimas. Creo en tu sonrisa. Creo en todo. Creo en nada. Creo en ti.